Al espantapájaros, el viento no le impide manejar las herramientas que le ayudan a mantener la compostura, y el equilibrio, al igual que lo hace hincar la rodilla.

Aunque a veces está en otros lugares, él vive de ella y trabaja para ella. La huerta es él, y él es la huerta. Si tiene que ausentarse durante dos semanas, o un mes, la huerta sigue latiendo, al mismo compás que el suyo, pues comparten un mismo corazón. A su regreso, su amor seguirá intacto, y al instante se vuelven a fundir en el abrazo que danza, y que sana sus heridas.

El cuidado es mutuo, si él la remueve, ella fortalece sus músculos, si él la alimenta, ella se deja contemplar en su lecho.

El viento, los pájaros, el gato que pide comida, una gaita a lo lejos, son la banda sonora que acompaña a los enamorados durante su meditación.

La primavera se asoma por momentos, y el espantapájaros se mantiene en la postura que ella le modela. Esa postura, parece ser inmóvil, pero en realidad, se mueve a la velocidad de la luz, y espanta la amenaza, sin que ésta se dé cuenta.