El mundo lucha contra el virus. A pesar de ello, el espantapájaros sigue en constante meditación con su huerta. El espacio físico les separa, les une, y la terrible amenaza pone a prueba su autodeterminación.
Todo este tiempo, se ha estado preparando, abriendo sus carnes, extendiendo sus alas, desapareciendo las veces que hiciese falta.
Ahora sabe que vive para ella, y ella para él.
La danza continúa, la música continúa, el silencio es el mismo.
Ruge a su manera, de afuera hacia dentro, se bate lo necesario, hasta que unas veces derrama lo que le sobra, suave e inquietante, otras veces, lo aúlla, y otras,…otras se somete a lo que es.
– ¡Jo! – ¿Qué?
– !Qué mal¡ – ¿Por… – !Qué mal¡ !Qué mal¡ – …qué? – Porque, no estás.
– Así…, no estoy bien. – No me digas eso.
– Ya, pero es la verdad. – No.
– No se qué va a ser de mí. – No.
– ¿Sin ti, qué haré? – Crece.
– Siento temor. – Tienes que ser fuerte.
– Ya, pero lleva días sin llover, y tengo sed. – Pídeselo al cielo.
– Siento tu amor. – Yo también te siento.
– Mi sol, mi luz. – Brillan en tu cuerpo.
– Ya me siento mejor. – Bien.
– Voy a cuidar de ti, como cuidas de mi. – Méceme en tu seno.
– Sí, lo haré, lo conseguiré, para que no te falte ni alimento, ni sostén, Manuel.
– Por mi. Por ti. Por los dos, viviré. – ¡Sí!
